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Claude Bernard en el laboratorio (página 2)




Enviado por Emilio Cervantes



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    Sigo copiando del mismo libro que en
la entrada anterior (Bernard, C. 1865. Introducción al
Estudio de la Medicina
Experimental
. Ed Fontanella. Barcelona. 1976), un ejemplo
que nos demuestra en primer lugar que, no por envejecer un libro
se hace obsoleto y, en segundo lugar que entre los
contemporáneos de Darwin, no todo
tiene que ser especulación sin fundamento o transnochada
sino que hay textos que son todavía de una enorme utilidad porque
se escribieron partiendo de experiencias fundamentales.

Segundo ejemplo (continuación del anterior).

Al sacrificar los conejos a los que había hecho comer
carne, noté que los quilíferos, blancos y lechosos,
comenzaban a ser visibles en el intestino delgado, en la parte
inferior del duodeno, a partir de unos treinta centímetros
por debajo del píloro. Este hecho atrajo mi atención, porque en los perros los
quilíferos comienzan a ser visibles mucho más
arriba del duodeno, e inmediatamente después del
píloro.

Examinando las cosas más de cerca, comprobé que
esta particularidad en el conejo coincidía con la
inserción del canal pancreático, situado en un
punto muy bajo y precisamente cerca del lugar en donde los
quilíferos comenzaban a tener quilo vuelto blanco y
lechoso por la emulsión de las materias grasas
alimenticias.

La observación fortuita de este hecho
despertó en mí una idea, e hizo nacer en mi
espíritu el pensamiento de
que el jugo pancreático bien podía ser la causa de
la emulsión de las materias grasas, y, por consiguiente,
la de su absorción por los vasos quilíferos. Hice
entonces instintivamente el siguiente silogismo: El quilo blanco
es debido a la emulsión de la grasa; es así que en
el conejo el quilo blanco se forma a partir de la entrada del
jugo pancreático en el intestino; luego es el jugo
pancreático el que emulsiona la grasa y forma el quilo
blanco. Esto era lo que debía juzgarse por la
experiencia.

En vista de esta idea preconcebida, imaginé y
realicé al punto una experiencia propia para comprobar la
verdad o falsedad de mi suposición. Esta experiencia
consistía en ensayar directamente la propiedad del
jugo pancreático sobre las materias grasas neutras o
alimenticias. Pero este jugo no escurre naturalmente hacia fuera
como la saliva o la orina, por ejemplo; por el contrario, su
órgano secretor está profundamente situado en la
cavidad abdominal. Me vi, por tanto obligado a poner en uso
procedimientos
de experimentación, para procurarme en el animal vivo este
líquido pancreático, en condiciones
fisiológicas convenientes y en cantidad suficiente.

Entonces fue cuando pude realizar mi experiencia, es decir,
comprobar mi idea preconcebida, y la experiencia me probó
que la idea era justa. En efecto, el jugo pancreático
obtenido en condiciones convenientes de perros, conejos y otros
animales,
mezclado con aceite o grasa
derretida, se emulsionaba instantáneamente de un modo
persistente , y más tarde acidificaba a estos cuerpos
grasos, descomponiéndolos, por medio de un fermento
particular, en ácido graso y glicerina, etc.

No seguiré hasta más lejos estas experiencias
que he desarrollado ampliamente en un trabajo
especial (Mémoire sur le páncreas et sur le
rôle du suc pancréatique dans les phénomènes digestifs.
Paris,
1856.). Sólo he querido demostrar aquí como una
primera observación, hecha por casualidad, sobre la acidez
de la orina en los conejos, me sugirió la idea de hacer
experiencias sobre la alimentación por
carne, y como en seguida, con proseguir estas experiencias, hice
nacer, sin buscarla, otra observación relativa a la
disposición especial de la inserción del canal
pancreático en el conejo. Esta segunda observación,
sobrevenida en el curso de la experiencia y engendrada por ella,
me dio a su vez la idea de hacer experiencias sobre la acción
del jugo pancreático.

Se ve por los ejemplos anteriores como la observación
casual de un hecho o fenómeno hace nacer por
anticipación una idea preconcebida o una hipótesis sobre la causa probable del
fenómeno observado; como la idea preconcebida engendra un
razonamiento que deduce la experiencia propia para verificarlo;
como en un caso ha sido preciso, para operar esta
verificación, recurrir a la experimentación, es
decir al empleo de
procedimientos operatorios más o menos complicados, etc.
En el último ejemplo, la experiencia ha tenido un doble
papel, desde luego juzgó y confirmó las previsiones
del raciocinio que la había ocasionado; pero además
provocó una nueva observación. Puede, pues,
llamarse a esta observación provocada o engendrada por la
experiencia. Esto prueba que es necesario, como lo hemos dicho,
observar todos los resultados de una experiencia, los que son
relativos a la idea preconcebida y aun los que no tienen ninguna
relación con ella. Si no se vieran más que los
primeros, frecuentemente se vería un privado de hacer
descubrimientos, porque a menudo sucede que una mala experiencia
puede provocar una muy buena observación, como lo prueba
el ejemplo siguiente.

III. Aprender del
error es una cualidad fundamental del
científico

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Sigo copiando del mismo libro de Claude Bernard que en las
entradas anteriores (Bernard, C. 1865. Introducción al
Estudio de la Medicina Experimental
. Ed Fontanella.
Barcelona. 1976), un texto
fundamental para comprender como opera el Método
Científico en biología y medicina y
que nunca perderá su interés
por el paso del tiempo:

Tercer ejemplo

En 1857 emprendí una serie de experiencias sobre la
eliminación de substancias por la orina, y esta vez los
resultados de la experiencia no confirmaron, como en los ejemplos
precedentes mis previsiones o mis ideas sobre el mecanismo de
dicha eliminación. Hice, pues, lo que se acostumbra a
llamar una mala, o malas experiencias. Pero hemos sentado
anteriormente como principio, que no hay malas experiencias,
porque cuando estas no han correspondido a la
investigación para la cual habían sido
realizadas, aun así, conviene aprovechar las observaciones
que puedan proporcionar, para dar lugar a otras.

Investigando como se eliminaban por la sangre que sale
del riñón, las substancias que había
inyectado, observé por casualidad, que la sangre de la
vena renal era rutilante mientras que la de las venas vecinas era
negra, como si fuese sangre venosa ordinaria. Esta particularidad
imprevista me llamó la atención, e hice así
la observación de un hecho nuevo que había
engendrado la experiencia y que era extraño al objeto
experimental que perseguía en esa misma experiencia.
Renuncié, pues, a mi idea primitiva que no había
sido verificada, y puse toda mi atención en esta singular
coloración de la sangre venosa renal, y cuando la hube
comprobado bien y me hube asegurado de que no había causa
de error en la observación del hecho, me pregunté
naturalmente cuál podía ser la causa de ello.

En seguida, examinando la orina que escurría por el
uréter y reflexionando, me vino la idea de que esta
coloración roja bien podía estar en relación
con el estado
secretorio o funcional del riñón. Según esta
hipótesis, con
hacer que cesara la secreción renal, la sangre venosa
debería ponerse negra. Esto es lo que sucedió,
restableciendo la secreción venal, la sangre venosa
debería volver a ser rutilante, y esto es lo que pude
verificar cada vez que excitaba la secreción de la orina.
Obtuve así la prueba experimental de que hay una
relación entre la secreción de orina y la
coloración de la sangre de la vena renal.

Pero esto no es todavía todo. En estado normal,
la sangre venosa del riñón es casi constantemente
rutilante, porque el órgano urinario secreta de una manera
casi continua, aunque alternativamente para cada
riñón. Ahora bien, quise saber si el color rutilante
de la sangre venosa constituía un hecho general propio de
las otras glándulas y obtener de esta manera una
contraprueba bien neta que me demostrase que el fenómeno
secretorio era el que por sí mismo producía esta
modificación de la coloración. He aquí como
discurrí: si es la secreción lo que produce, como
parece, la rutilancia de la sangre venosa glandular,
sucederá que en órganos glandulares que como las
glándulas salivares secretan de una manera intermitente,
la sangre venosa cambiará de color de manera intermitente,
siendo negra en el reposo de la glándula y roja durante la
secreción.

Puse, pues al descubierto la glándula submaxilar de un
perro, sus conductos, sus nervios y sus vasos. Esta
glándula suministra en el estado normal una
secreción intermitente, que se puede excitar o detener a
voluntad. Ahora bien, comprobé claramente que durante el
reposo de la glándula, cuando nada escurría por el
conducto salival, la sangre venosa presentaba, en efecto, una
coloración negra, mientras que al punto que
aparecía la secreción, la sangre se volvía
rutilante, para readquirir el color negro cuando la
secreción se detenía; seguía luego negra
durante todo el tiempo que duraba la intermitencia,
etc.. 

…..Me bastará haber probado que las investigaciones
científicas o las ideas experimentales pueden nacer con
ocasión de observaciones fortuitas y en cierto modo
involuntarias, que se nos presentan espontáneamente, u
ocasionadas durante una experiencia hecha con otro objeto.

Pero sucede todavía otro caso, y es aquel en que el
experimentador provoca y hace nacer voluntariamente una
observación. Este caso entra, por así decirlo, en
el precedente; sólo difiere en que en lugar de esperar a
que la observación se presente por casualidad en una
circunstancia fortuita, se la provoca por una experiencia.
Volviendo a la comparación de Bacon, podemos decir que el
experimentador se parece en este caso a un cazador, que en lugar
de aguardar tranquilamente a la caza, trata de levantarla
haciendo una batida en los lugares en que supone su
existencia.

Esto es lo que hemos llamado la experiencia para ver. Se pone
en juego este
procedimiento
siempre que no se tiene idea preconcebida para emprender
investigaciones sobre un asunto respecto del cual no hay
observaciones anteriores. Entonces se experimenta para provocar
observaciones, que a su vez, hagan nacer nuevas ideas. Esto es lo
que sucede habitualmente en Medicina, cuando se quiere averiguar
la acción de un veneno o de una sustancia medicamentosa
sobre la economía animal; se hacen experiencias para
ver y en seguida se guía uno según lo que se ha
visto.

 

 

 

Autor:

Emilio Cervantes

Científico Titular del CSIC (Consejo
Superior de Investigaciones Científicas) en el Instituto
de Recursos
Naturales y Agrobiología de Salamanca.

Sitio web:
http://weblogs.madrimasd.org/biologia_pensamiento/

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